La sociedad ideal y totalitaria de Platón

La clase de hoy ha estado dividida en dos partes:

      La primera parte (y la que me ha parecido más interesante) ha tratado sobre la discriminación, y más concretamente, en la discriminación racial. Un tema que no tenía mucho que ver con lo que habíamos visto hasta ahora, pero que ha sido una buena forma de empezar un lunes a primera (para que no nos durmamos y eso)
     Además no ha sido tratado de una forma teórica, sino que ha sido a través de un video, el cual era bastante entretenido e interesante, ya que estaba protagonizado por unos niños que eran influenciados por su profesora, quien quería que supiesen de primera mano lo que era una discriminación y una marginación, simplemente por el hecho de tener un color de piel diferente.

Y, por último, la segunda parte de la clase ha sido, hablando claro, más aburrida, por lo que me he quedado con menos cosas en la cabeza. Intentamos ver como los perros de presa tuvieron cierte influencia en la  República concebida por Platón. En resumen, ha consistido en un texto sobre Sócrates y sobre la división de clases sociales que hizo Platón, más detalladamente, los guardianes y gobernantes,  no tenian derecho a la familia, ni a la posesion de bienes. Platón comenta, tras la exposición del mito de los metales, que habrá que decirle a guardianes y gobernantes que al poseer alma de plata y oro respectivamente, el contacto con objetos hechos con estos metales preciosos, les corrompe su alma noble y prudente.

Este es el TEXTO:
-En efecto -dije-. Mas sigamos adelante, Glaucón; en una ciudad de gentes felices no sería decoroso, ni lo permitirían los gobernantes, que se unieran promiscuamente los unos con los otros o hicieran cualquier cosa semejante.
-No estaría bien -dijo.
-Es evidente, pues, que luego habremos de instituir matrimonios todo lo sagrado y  beneficiosos que podamos.
-Muy cierto.
-Mas, ¿cómo producirán los mayores beneficios? Dime una cosa, Glaucón: veo que en tu casa hay perros cazadores y gran cantidad de aves de raza. ¿Acaso, por Zeus, no prestas atención a los apareamientos y crías de estos animales?
-¿Cómo? -preguntó.
-En primer lugar, ¿no hay entre ellos, aunque todos sean de buena raza, algunos que son o resultan mejores que los demás?
-Los hay.
-¿Y tú te procuras crías de todos indistintamente o te preocupas de que, en lo posible, nazcan de los mejores?
-De los mejores.
-¿Y qué? ¿De los más jóvenes o de los más viejos o de los que están en la flor de la edad?
-De los que están en la flor.
-Y, si no nacen en estas condiciones, ¿crees que degenerarán mucho las razas de tus aves y canes?
-Sí que lo creo -dijo.
-¿Y qué opinas -seguí- de los caballos y demás animales? ¿Ocurrirá algo distinto?
-Sería absurdo que ocurriera -dijo.
-¡Ay, querido amigo! -exclamé-. ¡Qué gran necesidad vamos a tener de excelsos gobernantes si también sucede lo mismo en la raza de los hombres!
-Es verdad. ¿Pero a qué refieres eso?
-A lo siguiente -dije-: Quizá convenga que nuestros gobernantes usen muchas veces de la mentira y del engaño por el bien de sus gobernados.
-Muy razonable -dijo.
-Pues bien, en lo relativo al matrimonio y la generación parece que eso tan razonable resultará no poco importante.
-¿Por qué?
-De lo convenido se desprende -dije- la necesidad de que los mejores cohabiten con las mejores tantas veces como sea posible y los peores con las peores en pocas ocasiones; y, si se quiere que el rebaño sea lo más excelente posible, habrá que criar la prole de los primeros, pero no la de los segundos. Todo esto ha de ocurrir sin que nadie lo sepa, excepto los gobernantes, si se desea también que el rebaño de los guardianes permanezca lo más apartado posible de toda discordia.
-Muy bien -dijo.
-Será, pues, preciso instituir fiestas en las cuales unamos a las novias y novios y hacer sacrificios, y que nuestros poetas compongan himnos adecuados a las bodas que se celebren. En cuanto al número de los matrimonios, lo dejaremos al arbitrio de los gobernantes, que, teniendo en cuenta las guerras, epidemias y todos los accidentes similares, harán lo que puedan por mantener constante el número de los ciudadanos de modo que nuestra ciudad crezca o mengüe lo menos posible.
-Muy bien -dijo.
-Será, pues, necesario, creo yo, inventar un ingenioso sistema de sorteo, de modo que los ciudadanos de condición inferior tengan que culpar del emparejamiento antes a su mala suerte que a los propios gobernantes.
-En efecto -dijo.
                                           PLATÓN, La República, Libro V, Cap. VIII, 458e-460b

Esto ha sido todo, que yo recuerde. 
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